La Bombonera era una olla a vapor, los murmullos de los hinchas referenciaban la expectativa por ver al equipo que dirigía Carlos Bianchi salir por la manga, desatando la locura en las tribunas. En un momento dado, los once, seguidos del Virrey, ingresaron al campo de juego, saludaron y se dirigieron a su sector de la cancha; la locura del pueblo boquense era aturdidora, ensordecedora. Fue de esos recibimientos que, con el correr de los años, persiste en la memoria. Claro, aquella noche era especial: enfrente estaría, como si fuera poca cosa, River Plate.
Un Superclásico por Copa Libertadores es un escenario que pone en vilo al mundo, sobre todo cuando la anfitriona es la Bombonera, con todo lo que significa. Salió el equipo cuyo técnico era el Tolo Gallego, quien, en la previa del partido, y ante la consulta sobre la posibilidad de que Bianchi pusiese a Palermo, ironizó: "Si ellos lo ponen a Palermo, yo lo pongo al Enzo". La silbatina fue apabullante, gritos encolerizados bajaban desde las tribunas y hacían de la Bombonera un marco temible. Ahí estaban los once tipos que se interponían ante la clasificación de Boca a semifinales de la Libertadores, once tipos que miraban a su alrededor como pidiendo ayuda. Boca venía de caer ante River por 1-2 en la ida por los cuartos, en el Monumental. Los medios del país daban por muerto al club de La Ribera. Teniendo en cuenta esto, el respaldo que concedió la hinchada de Boca a los once que los representaban fue indescriptible, alucinante, magnífico. El Estadio Alberto J. Armando hacía gala de la mística que lo caracterizaba, cincuenta mil personas dejaban la vida en el estrado, vestían la noche de fiesta. Y los jugadores de Boca supieron corresponderle a todo eso.
Faltando media hora para el final del partido, nació el primero: genialidad de Román, que se sacó de encima a dos de River, y asistencia al pie de Delgado. El Chelo la empujó y, de repente, las tribunas fueron un infierno, se venían abajo; estaba igualada la serie.
Minutos después, tras un defectuoso despeje de un defensor millonario, Battaglia se hizo con la pelota, ideó una jugada espectacular y lo terminaron bajando en el área. Penal para los de Bianchi y Riquelme era el encargado de ejecutarlo. El 10 definió al palo izquierdo del arquero y convirtió el segundo; otra vez locura, otra vez caos. El Xeneize clasificaba a semifinales y La Boca era alegría, La Boca era carnaval.
Aquella noche Juan Román Riquelme dio origen al caño más bello del mundo; de espaldas, deslizó la pelota entre las piernas de Yepes y siguió. Una delicia que hizo delirar aún más a los hinchas.
Y había que redondear la noche. Bianchi puso en cancha a Palermo, quien volvía después de seis meses, ya que se había roto los ligamentos cruzados de la rodilla. Román asistió a Battaglia, el 5 desbordó y la metió al área. La pelota le había quedado muy atrás a Martín, pero el Titán supo acomodarse y transformar el triunfo en goleada. El 9, emocionado, no pudo contener las lágrimas. Enloqueció el país entero.
Aquella noche del 24 de mayo del año 2000 quedó inmortalizada. Boca, ante todo pronóstico, se quedó con el pase a semi e hizo historia. Ese día no solo representó una felicidad inmensa para el hincha Xeneize y desgracia para el de River, sino que también sirvió para que los por entonces talentosos jugadores de Boca se afianzaran con la camiseta y se fueran posicionando para convertirse en lo que actualmente son: ídolos.
El jueves 14 de mayo de este año la historia se repite, con otras caras, pero en el mismo manicomio bíblico, bajo la presión de la misma gente pasional, con un único propósito implícito: Ser Boca.
El jueves, jugadores, es matar o morir. Dejar todo por una camiseta de trayectoria inmensa. No hundirse bajo el peso de los colores, defender lo que somos, volvernos a poner allá arriba. Hoy ustedes son los jugadores talentosos que tiene Boca, pero el jueves pueden ir posicionándose para algo más, porque los ídolos se forjan en circunstancias como éstas, en batallas de este calibre. El jueves no lo hagan solo por los quince millones de hinchas que rezan sus nombres; háganlo por sus nombres también, para enaltecer sus apellidos, el apellido de sus hijos, de sus viejos. Es su turno, su oportunidad. Tómenlo o déjenlo; suya es la decisión.